Adán y Cristo, ambos representan la cabeza de la raza
humana. Adán como nuestro primer representante nos trajo muerte. Luego Cristo
vino a recapitular a Adán a fin de conseguir lo que Adán no consiguió para sus
proles. El hombre Jesucristo pasó la prueba que el hombre Adán no pasó y con
ese triunfo le trajo la resurrección de la vida al mundo.
«En Adán todos mueren». Toda persona nacida del mundo hereda
la naturaleza de su padre y de su madre, que es una naturaleza corruptible.
«En Cristo todos serán vivificados». Esto nos relaciona con
Cristo. Estamos vitalmente relacionados y unidos con Cristo. De la misma manera
que participamos de la naturaleza de Adán, de nuestra madre y de nuestro padre,
así podemos participar de la naturaleza de Cristo. La naturaleza de Cristo es
una naturaleza divina e impecable.
2ª Corintios 5, 21 «Al que no conoció pecado, por nosotros
lo hizo (ofrenda de) pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios
en él.»
Una mejor traducción de este versículo es lo hizo ofrenda de
pecado, o como la Biblia del Peregrino, lo trató como un pecador. Pues Cristo
nunca tuvo pecado, su naturaleza fue limpia de pecado. El asunto aquí es que él
no conoció pecado.
2ª Pedro 1,4 «por medio de las cuales nos ha dado preciosas
y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la
naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa
de la concupiscencia;»
Esto quiere decir que todos los que estén «en Cristo» son
participantes de la naturaleza divina y en tal sentido serán vivificados. Todas
las personas no están en Cristo; es decir, todas no creen ni confiesan la vida
de cada una de ellas «en Cristo».
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